Rodeados, a punto de ser apresados. Asel miró a su hermano menor, acobijado entre sus brazos, y lo supo. Durante años la misma cuestión ocupaba sus pensamientos, era el momento de plantearla.
Su primo mayor se mantenÃa alerta, apartando a sus primos de la multitud, usando su cuerpo como único medio de protección.
Asel se colocó delante de él.
—¡¿Por qué?! —cuestionó. Caiel trató de llevarla de vuelta al refugio de su espalda, ella se negó—. ¿Por qué? —demandó, arrugó el ceño y tensó la mandÃbula. PodrÃa matarlos si lo deseaba, salvarÃa a su familia, pero… ¿DebÃa hacerlo? ¿Acaso se lo perdonarÃa? La temÃan más que a ningún otro.
—Nos bautizaron como el regalo de los dioses, nos auguraron grandes destinos y nos veneraron con cada decisión que tomábamos. Se aprovecharon de nuestros dones, usándolos en vuestro beneficio y cuando nos revelamos, decidiendo el rumbo de nuestras vidas, nos transfiguraron en criminales. Dejamos de ser los elegidos de los dioses, para convertirnos en impredecibles demonios.
Asel esperaba provocar alguna reacción en sus receptores, por mÃnima que fuera, aquella que se alejara de la aversión ya percibida.
—He vivido asustada toda mi vida, sufriendo solo por el dÃa en que nacÃ, por el poder que se me concedió. Me he ocultado y he desperdiciado mi potencial —masculló incrédula, descubriendo al instante sus propios sentimientos.
Entonces, sus ojos se encontraron con una pareja.
—He visto a personas morir, rehusándose a que yo las salvara —espetó con rabia. Su vista estaba clavada en esos padres, por un momento caviló la idea de arrebatarles la vida, mas…
—Aún le recuerdo. Casi como si yo le hubiera dado permiso para pasearse por mi mente —confesó, con un nudo en la garganta, luego tragó saliva y cogió valor—. Si tan solo me hubieran dejado ayudarlo, seguirÃa vivo y con un don excepcional.
La madre comenzó a llorar, pero el padre ni se inmutó. Asel podÃa oÃr sus pensamientos: no se arrepentÃa, habrÃa hecho exactamente lo mismo y su paÃs se lo habrÃa agradecido, odiaba a su hijo.
Miró al resto, prestando atención, sintiendo su inexplicable miedo, un odio desmedido.
—¿Por qué deberÃamos morir? Nosotros representamos un peligro debido a nuestros dones, pero vosotros humanos, mortales e inhumanos, habéis asesinado a muchos más.
En respuesta, la gente comenzó a alzar sus armas. Caiel tiró de Asel, en un último intento por protegerla, y ella cedió cerrando los ojos, resignada e indignada. Su familia habÃa respetado su elección a pesar de que esta los llevarÃa a la muerte. En cambio, esa gente los habÃa condenado, impulsados por un pánico irracional. Asà que cambio de decisión.
Respiró con fuerza y mandó su conciencia allà donde se requerÃa, irrumpiendo en cada una de las mentes de sus cazadores, hasta que ninguno quedó libre de su influencia. Pronto las armas cayeron y reinó el desconcierto. Asel inundó sus mentes, haciéndolos sufrir, sentir la locura, el desequilibrio, el desorden y la perdición. Poco a poco se fueron desplomando, quedando inconscientes o puede que muertos.
—CreÃa que no querÃas hacer esto —suspiró Caiel con la impresión tatuada en su rostro.
—Y no querÃa —aseguró mirando su macabra obra de arte. Sus lágrimas escaparon y un terrible dolor de cabeza la invadió.
Esto forma parte de una idea más compleja que si me da la vida iré explotando por aquÃ, un saludo y buen dÃa.
MiRAVEN