Enciendo la luz y me presento frente al espejo. «Otra vez aquí… ¿Motivo de la consulta?». «Por amor al arte», elevo mis hombros satisfecha con mi reflejo. «Narcisista», acuso clavando la mirada sobre el cristal con fiereza. «Solo veintiséis días del mes». «Coqueta». «De nacimiento», afirmo, convencida de mi veredicto. «¡No pongas esa cara!», riño, un hábito común. «¿Por qué no? Es bonita, admite que te gusta». «Sí… lo admito», suspiro. «Lo sabía».
«Te ves bien hoy», comento a regañadientes. «¡Gracias!». «Siento haber estado enfadada ayer». «Y yo», respuesta corta y sincera. «No estaba receptiva», admito incomoda. «Lo sé». «Es fácil hablar contigo». «Es difícil mentirme». «Son los ojos». «Ya… nos delatan». «La ventana del alma, ¿recuerdas?». «Sí...», suspiro, encajo mis hombros, coloco mi espalda lo más recta que puedo y asiento, «tenemos que hablar». «Bien», rostro impertérrito. «Creo que ahora sí». «¿Tú crees?», elevo las cejas, un poco escéptica. «Me gusta». «Puede». «No, me gusta», es la primera vez que mi voz emite lo que pienso. «¿Te fías de él?» «Sí, ¿no debería?» «Te han gustado muchos idiotas», afirmo con mis ojos desorbitándose. «Lo sé, conocemos de mi predisposición por lo prohibido y exótico». «¿Y este?» «No, él no es exótico, ni complicado». «Dijiste que los buenos no te gustaban». «Ya». «Mentiste», acuso sutilmente. «No». «Entonces no te gusta de verdad». «Sí». «Entonces...» «¡¿Te puedes callar?!», grito al espejo, estoy nerviosa, «no me gustaba al principio, pero ahora...»
Pasan varios segundos, «¿Qué ha cambiado?», ojos claros y tiernos, devuelvo la intención de mi mirada, empatizo. «No sé, hay algo diferente en él, hay misterio, sí, pero hay bondad también. Es parecido a mí». «A mí también me cae bien», aseguro, calmando al alma atormentada. «Lo sé». «Pero no quiero que te enamores a lo tonto». «¡Para!, ¡para!, he dicho que me gusta, no te pongas a planear la boda», advierto, conociendo la vieja costumbre. «Cierto, perdón, tienes razón», asegura, alejando esa región de nuestra mente. «Quiero ir lento, aún ni siquiera sé si le intereso». «Claro que sí, eres un bombón», recuerdo. «Ya te dije que él es diferente», tomo en cuenta. «Bien». «Iré poco a poco». «Bien». «Ahora únicamente quería saber si lo apruebas». «¿Aprobarlo?», puede que esté ofendida. «Que vea a alguien más con los ojos con los que yo te veo», salen las palabras, como un susurro regalado al aire. «A mí siempre me verás diferente», respuesta rápida y concisa. «¿Estás segura?», temo. «100%», prometo. «Bien». «Además, te lo recordaré todos los días». «Bien». «Podrás admirarlo, quererlo, pero jamás te dejaré olvidarme». «Guay». Otros segundos pasan… «Buena charla». «Lo mismo digo», asiento complacida. «Hasta mañana», y la luz se apaga.
MiRAVEN
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