—Deberías dejar de beber —le dije a mi padre cuando se sirvió la tercera copa de wisky de la tarde.
Se había llevado todo el día metido en el despacho, detrás de un ordenador y solo tomando descansos para rellenar su bebida. Yo le había hecho compañía sentada lo más lejos posible, con la mirada fija en un blog de dibujos y con un lápiz entre mis dedos, que daba vueltas lentamente y sin cesar. Estaba segura de que aquello me daba un aire de intelectual porque más de alguno de nuestros viejos conocidos me lo había hecho saber. Hacía años que no conseguía sacar un solo cuadro, sin embargo, a los ojos de mi padre, aún me permitía fingir estar meditando sobre qué merecía la pena ser pintado.
—Hablas como si estuviera borracho —protestó el hombre dando pasos dubitativos, simulando perder el equilibrio con una sonrisa socarrona en la cara.
Sonreí, las cosas no estaban bien, pero él aún conservaba su humor intacto. Era alentador, conmovedor incluso.
—Hoy viene alguien importante —comentó tomando asiento y dejando la copa sobre la mesita a su lado. No contenía su característica sonrisa triunfadora, como si todo fuera según lo esperado, como si su conflicto estuviera a punto de resolverse. No estaba segura de poder compartir su entusiasmo, para mí esto aún se parecía a la lotería: compras un billete y depositas tus ilusiones en él, con la esperanza de que algo caiga.
Arqueé las cejas, escéptica, solté el lápiz y me aproximé con tranquilidad hasta él, mis tacones sonando contra el mármol.
—Define importante —pedí, intentando no sonar muy interesada. La mirada de mi padre no tardó en desvelarme que había fallado estrepitosamente en mi intento y mordí mi labio inferior con vergüenza, pero mantuve la mirada.
—Arawn.
Sentí el rubor teñir en mis mejillas y cómo una de las comisuras de mi labios se elevaba. Aparté la mirada al sentirme vulnerable, mi padre podría notar el efecto que dicho hombre causaba en mí. Miré las paredes del despacho, aparentando cavilar su respuesta.
—Muy importante —comenté tras un breve asentimiento. Debía recuperar el control de mis sentidos. Me paseé distraída por la habitación, tocando con la punta mis dedos los únicos libros que había en toda la casa. Mi padre rio, provocando que mi pudor aumentara—. ¡Basta! —supliqué.
Sabía algo. ¿Qué? No me atrevería a preguntarle, así que me serví una copa de wisky.
—Voy a pedirle apoyo —explicó tomando nuevamente su copa—. Con su ayuda, recuperaremos lo que hemos perdido.
Negué y suspiré, mi padre hablaba de recuperar cosas que ya ni estaban a nuestro alcance. Arawn, por muy buen mafioso que fuese, estaba bajo las normas de su hermano Rebel, el Capo de las Vegas, y nunca haría nada en su contra o sin su consentimiento.
—No hay nada que tú puedas ofrecerle —comenté con pesar, lamentando ser yo quien le abriera los ojos—. Puedes pedirle protección, pero poco más —afirmé, considerando si Arawn aceptaría tal favor. Una vez habíamos sido cercanos, ello podría influir en sus decisiones con suerte.
—¡¿Protección?! —espetó molesto, llevándose la copa a los labios con rabia, al tiempo que negaba con la cabeza—. Tengo mi prestigio, mi posición, estaré debilitado, pero no muerto.
Suspiré, rodando los ojos sin ser vista. No había tomado un correcto enfoque, lo estaba ofendiendo y eso era lo último que pretendía. Tomé un largo sorbo y me acerqué nuevamente.
Estaba desparramado en el sofá, con los ojos llenos de ira por mis palabras. La mano que rodeaba la copa permanecía en tensión y sus labios formaban una fea mueca. Me hinqué y dejé mi copa en el suelo.
—Papá, —dije, tomando su mano libre y buscando su mirada— debes aceptarlo, no vamos a volver a Rusia. Necesitamos un lugar seguro —expliqué con temor—. Arawn no es un santo y tú no eres un necio.
—Lo que voy a ofrecerle, no podrá negármelo.
Sonreí con pesar, luego asentí. Era un hombre terco, no merecía la pena discutir. Acaricié su mano resignada, no hay peor sordo que el que no quiere escuchar. Bien, dejaría que Arawn rechazara su oferta, luego veríamos qué hacer.
MiRAVEN
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