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  • Foto del escritorMI RAVEN

Capítulo II: Regina

Dos horas después, el timbre de casa sonó. Supe al instante que él había llegado y un ligero remolino se acomodó en mi estómago. Hacía años que no lo veía o sabía de él. Cada cierto tiempo mi mente le recordaba y me cuestionaba si habría cambiado. Deseé no pararme a pensar en ello, pero una muy pequeña parte de mí quiso poder comprobarlo ahora que tocaba mi puerta.

Vivir en un modesto apartamento en el centro de Nueva York no nos dejaba mal parados ante el mundo, pero sabía que no engañaría a Arawn. Nos faltaban guardaespaldas, armas y una vía de escape en el edificio.

Me escondí contra la pared que daba a un lateral de la entrada de casa, dejando que mi padre se encargara de recibirlo. Escuché su voz, era más grave y el tono formal no había cambiado. Me sentí ridícula, como si volviera a tener dieciséis años y lo espiara a través de la miradilla de la puerta. Sonreí ante mi actitud, ante el recordatorio de una chiquilla enamorada. Mordí mi labio, prestando atención a la conversación.

—¡Pasa! —lo alentó mi padre, su voz sonaba mucho más entusiasta de lo común.

Las pisadas de los dos hombres sonaron a lo largo del departamento, hasta que la puerta del despacho se cerró. Conocía ese sonido de memoria, por lo que estaba segura de que estaban en su interior.

Esperaba que hablaran mientras hacían un recorrido por la casa. En Rusia, mi padre tenía la costumbre de mostrarle a los invitados amistosos la casa. Ahora que no lo había hecho, me desilusionaba no tener la oportunidad de obtener más información.

Me dejé caer en el suelo mientras mis pensamientos continuaban fluyendo. Me planteé bajar las escaleras y poner la oreja contra la puerta, pero aquello resultaba demasiado infantil.

Pasaron más de veinte minutos hasta que la puerta se abrió nuevamente. La voz de mi padre llamándome fue el siguiente sonido. Me sobresalté sin una razón aparente, luego respiré con fuerza, me levanté del suelo y me encaminé a la habitación donde se me esperaba.

Mis pasos se detuvieron por breves instantes cuando pasé al lado de mi padre, en el umbral de la puerta, sin embargo, encerré mis inseguridades, dispuesta a reencontrarme con el muchacho que le mostró a mi corazón su capacidad para latir.

Estaba de espaldas a mí, podía ver que había crecido varios centímetros, siete años cambiaban a las personas. ¿Lo suficiente? No podía ser, aunque...

No tuve tiempo de seguir ese hilo de pensamiento, pues el hombre que tenía frente a mí se giró.

—Regina —saludó, mi nombre en sus labios se sentía vivo, desafiante y divertido. No como antaño, sino de una manera más adulta y puede que sensual.

—Arawn —respondí con una sonrisa gentil, debía mantener la distancia por mi propio bien.

Lo miré con disimulo, estaba más fornido e incluso parecía más maduro. Sus ojos azules seguían observándome con intensidad y con ese brillo que siempre me hizo sentir especial, pero estaban oscurecidos, como si esa inocencia que los caracterizaba se hubiera desvanecido. Su pelo negro estaba recortado, sin cubrir parcialmente sus ojos como cuando tenía dieciocho años, eso era una clara mejora, le favorecía el corte. Además, había cambiado su estilo de vestimenta, podría jurar que ahora le gustaba el color negro y las camisas ajustadas, estaba segura de que más de una mujer compartiría mi pensar.

Levanté mi mano para estrecharla con la de él. El suave toque de sus dedos me recordó lo que era sentir calor en mis mejillas. Sus dedos estaban callosos, se había convertido en un hombre. Si él no se había fijado en mí cuando era un chiquillo mimado, tonto e infantil, hoy, que era un hombre, no podría ni mirarme.

—Estás hermosa —dijo, provocando que mis cejas se elevaron con escepticismo, con sorpresa. ¿Un cumplido?

—¿Ahora eres galante? —musité con una sonrisa en los labios, mantuve la ironía a un nivel muy bajo, aunque el necesario para que no pasara desapercibido. Nuestras manos aún estaban entrelazadas, ¿se había dado cuenta?

—Es bueno saber que aún se recuerdan —comentó mi padre invadiendo mi espacio y posando sus manos a la altura de mis hombros. Solté la mano de Arawn, bajé la cabeza de manera inconsciente, luego miré a mi padre con una sonrisa tímida. ¿Cómo podría olvidarlo? Tal vez hablaba de si él me recordaba—. Estaba comentándole a Arawn nuestra situación —explicó mi padre, ofreciéndome a unirme a la conversación. Una estrategia extraña, dado que él no me involucraba en sus negocios.

—Comprendo —respondí.

Me alejé del tacto de mi padre, comenzaba a ponerme nerviosa, creo que él deseaba que interpretase el papel de hija asustada que pide ayuda en su lugar. No podía, menos a Arawn.

—Las cosas han sido difíciles —prosiguió dejándome en claro sus deseos.

—Lo han sido —aseguré conteniendo mi malestar, en un tono neutro. Era obvio, ni siquiera estábamos en Rusia, pero no podía, no podía pedirle ayuda. Me acerqué hasta la barra para servirme una copa, esto solo se podía pasar con alcohol.

Sentí moverse a Arawn por la habitación, aproximarse hasta mí. ¿Qué hacía? ¿Qué hago?

—Tu padre me dijo que estuviste en peligro —comentó a mis espaldas. Sí, una vez. Mis hombros se encogieron, no quería sentir su lástima.

—¿Quién no está en peligro en este negocio? —cuestioné aún de espaldas a él.

Terminé de servirme la copa, debía tener cuidado con mis palabras. Tenía orgullo, sí, pero mi padre un plan. ¿Hasta qué punto serían incompatibles?

Alcé la mirada y me encontré con sus ojos clavados en mí. Un destello de disgusto pareció brillar en ellos. Tal vez me equivocaba, pero era casi como si le importara.

—No fue nada —me apresuré en contestar, quizá deseando no preocuparlo, quizá buscando más respuestas.

Levantó su mano y la llevó a la altura de mi mentón. Me tomó por sorpresa y estuve a punto de apartarme. Su dedo índice me pidió que desviara la cara, que dejara al descubierto una cicatriz en mi mandíbula del lado derecho de mi rostro. La señal de que alguna vez estuve en riesgo, el recordatorio de que si hubiera sido un hombre, mi padre no habría perdido su estatus. El hecho de que una vez Madox pudo acabar con mi vida si lo hubiera deseado. ¿Cómo lo sabía Arawn?

—Es muy pequeña —comenté volviendo mi vista a él, sonriendo con ternura, restándole importancia, alejando mi incomodidad—. Apuesto a que tú tienes muchas más —aseguré con una pizca de diversión.

¿A qué estaba jugando mi padre? ¿Por qué le había contado aquello? ¿Qué le dijo exactamente?

—Arawn sabe lo importante que somos en Rusia —expuso mi progenitor.

Me mordí la lengua para no corregirle: "fuimos". Le di un trago a mi bebida, llevaba dos aquel día, la bebida y yo éramos amigas, no terminaría borracha, eso seguro, pero me planteé por breves instantes si la embriagues excusaría mi presencia.

—Le he pedido a Arawn que la Mafia Olimpia nos apoye a cambio, claro está, de un buen intercambio.

Mis cejas se elevaron. Ya sabía aquella parte, sin embargo, aún no se me había revelado la joya que valiera la pena, el bien preciado que sirviera de tentación para este hombre.

—Tú —susurró Arawn a mi espalda. Mis ojos se clavaron en él, dejando en evidencia mi desconcierto, dudando de entender lo que estaba aconteciendo—. Tu padre quiere que le ayude a recuperar su poder. Un matrimonio garantizará que dicho poder pase a mis manos cuando él ya no pueda ejercerlo.

Temblé ante la idea, ante mi inocencia, ante la de mi padre. A Arawn no se le podía tentar, no le interesaba de esa manera. Esperé su sonrisa burlona, recordando al niño de dieciocho años que una vez se rio cuando no pude darle en el blanco a la botella de cristal que estaba a solo dos metros de mí.

—¿Te gustaría casarte conmigo? —cuestionó Arawn elevando las cejas, dejándome sin aire. ¿Se lo había planteado?

Aparté la mirada, ruborizada, terminando mi copa, mirando a mi padre, exigiendo explicaciones. Él estaba con la vista en otra parte, pretendiendo darnos privacidad, que juego más ruin.

—Tal vez deberíamos dar un paseo —propuse cuando no se me ocurrió qué más decir. Había un parque cruzando la calle de nuestro departamento, pocos se atrevían a desafiar a la Mafia Olimpia, por lo que Arawn no podría negarse.

Me encaminé hasta la puerta, sin esperar que él me siguiera, si estaba interesado lo mínimo que podía hacer era hablar conmigo. Pulsé el botón del ascensor, él me alcanzó, cerrando la puerta de mi apartamento.

No me atreví a mirarlo, no me atreví a despegar los ojos de la puerta del ascensor hasta que estas se abrieron. Entré y dejé que él me acompañara, luego pulsé el botón de planta baja y las puertas se cerraron. Estábamos en el penthouse, por lo que noventa y siete pisos nos esperaban en completo silencio. Mi piel se erizó al recordar sus palabras, no pude evitarlo, las palabras eran más fuertes en mi cabeza.

—¿A qué estás jugando?

—¿Jugando? —cuestionó con inocencia, pero la comisura de sus labios lo delataba.

—Le estás dando esperanzas —mascullé molesta, taladrándole con la mirada, decepcionada. No había madurado, solo fue un espejismo que creí vislumbrar.

—¿Tanto te cuesta imaginar que quiera aceptar la oferta? —preguntó poniéndose frente a mí, di dos pasos hacia atrás, hasta que mi espalda se pegó al ascensor.

—Mentira —musité elevando mis cejas—. ¿Por qué lo harías?

Arawn acortó la distancia, eliminando el espacio personal, luego puso uno de sus brazos contra la pared del ascensor obligándome a elevar la vista por la diferencia de altura. Estaba recargado sobre mí y sus ojos fijos en los míos.

—Aún no me has respondido. ¿Aceptarías? —cuestionó. Su voz era casi un susurro y sus labios estaban a milímetros de los míos. Había algo extraño. ¿Interés?

Bien, si quería jugar, jugaría.

—Sí —contesté sin dudar, sin remordimiento, sin verdad.

La sorpresa se vislumbró en su rostro, la duda lo acompañó unos segundos después y los remordimientos y la culpa fueron los últimos en aparecer. Tal vez el juego había llegado a su fin, tal vez se había dado por vencido.



MiRAVEN


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