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  • Foto del escritorMI RAVEN

Capítulo IV: Cena

Permanecimos en silencio hasta que las puertas del ascensor se abrieron. De inmediato salí y llamé a la puerta de casa. Mi padre apareció al otro lado, un tanto contrariado. Sé que esperaba que el paseo durara más tiempo, pero lamenté decepcionarlo.

—Acepté —dije. Mi voz sonó seca y antinatural. Arawn debía asumir el precio de sus promesas, no le iba allanar el camino. Si decidió mentir, ahora le tocaba responder—. Veremos si durante la cena no cambia de idea.

Los ojos de mi padre me incriminaron, desaprobaba mis palabras. Abrió la boca, con intención de reprenderme, mas emití un fuerte suspiro, negué con la cabeza y entré al apartamento. Arawn me había escuchado, de eso no cabía duda, le estaba haciendo un favor, le facilitaba el camino que él no había sido capaz de trazar desde un comienzo.

—Que sirvan la cena —pidió el dueño de la casa a los empleados. No perdería el tiempo conmigo. Su voz contenía tintes de esperanza, no me creía y la voz de Arawn había desaparecido, así que la tortura duraría un poco más.

Me senté en el comedor, lanzándole un par de miradas al mafioso de las Vegas, debía hablar, pero ignoraba mi presencia. Lo noté ensimismado, respondiendo varios segundos tarde a lo que mi padre le comentaba y su mirada se centraba en su plato más de lo recomendado. Degustábamos unos raviolis exquisitos, los mejores en mucho tiempo, pero no lo suficiente para la actitud de Arawn.

Buscar la atención del hombre resultaba inútil, así que opté por fijar mis ojos en la ventana, mostraba una de las mejores vistas de Nueva york. Me pregunté por cuánto tiempo podría disfrutar de esta vista antes de que volviéramos a mudarnos.

Los hombres hablaron por largos minutos de la economía, los cambios que se habían producido en el país, el gobierno, las nuevas rutas de comercio, las drogas, las armas e incluso del futbol.

—La cena estuvo esplendida —convino decir Arawn tras una carcajada exagerada, que había relajado el ambiente. Por fin, se avecinada el final—. Ha sido un placer volver a rencontrarnos tras tantos años —prosiguió mirando en mi dirección, una media sonrisa salió a jugar—. Han cambiado muchas cosas, pero Regina sigue siendo una mujer increíble —comentó y mis ojos se posaron en los suyos. Su voz no tenía ironía y sus facciones parecían sinceras—. Cualquier hombre estaría feliz de formar una familia con ella.

Mi piel se erizó, casi conmovida, sabía que el siguiente paso sería rechazar la oferta, pero al menos se había tomado la molestia de montar un buen espectáculo.

—No puedo ayudaros con Rusia, no es posible —confesó con pesar, arrugando la cara. Pude sentir arrepentimiento, dolor, divisé que la mano que descansaba sobre la mesa, se cerraba formando un puño y desvié la mirada sin poder soportarlo más.

Mi padre se dejó caer en su silla, decepcionado. Contemplé cómo la cólera se iba filtrando por su cuerpo. Su rostro se tornaba rojo, su espalda volvía a erguirse y su mandíbula se cuadraba. Realmente esperaba que la Mafia Olimpia fuera nuestra salvación.

—Sin embargo, puedo ofreceros mi protección en la Vegas —se apresuró en decir Arawn, algo poco apropio en él. Lo miré con ternura, había verdad, había aceptado la parte que para mí resultaba adecuada. Algo que a Arawn no le supusiera un gran riesgo, pero que no desamparara al Capo Ruso.

Le di un corto asentimiento al hombre, en agradecimiento. No tenía sentido ser orgullosa.

—No será necesario —musitó mi padre al instante, atrayendo mi atención. ¿Cómo que no haría falta? Estaba loco.

—Padre, tal vez...

—¡No es necesario! —vociferó, volviendo sus ojos a mí. Su mirada exigía mi silencio, así que aparté la mirada y la centré en la ventana. Tuve que morderme la lengua para no responder todo lo que pensaba.

—Boris, podrías planteártelo —sugirió Arawn con tranquilidad. Su voz sonaba paciente y me recordó al tono que empleaba conmigo en el pasado, cuando hacía alguna rabieta.

—Gracias por tu visita Arawn —cortó el Excapo, levantándose del sitio—. Es hora de que te vayas.

La amenaza se respiró en el ambiente. Las palabras de mi padre estaban teñidas de veneno. Arawn debía salir de esta casa. Me levanté de mi silla, dispuesta a mediar si la situación lo apremiaba.

—Si no lo haces por ti, piensa en Regina —masculló Arawn alzando la voz.

Si su objetivo era crear una reacción en el anciano, desde luego que lo había conseguido. Sabía que mi padre sacaría el arma, por lo que me interpuse entre ambos hombres. Vi cómo Arawn se llevaba la mano a la empuñadura oculta tras su espalda, mientras mi progenitor ya me apuntaba con el cañón.

—Aún es nuestro invitado —le recordé—. Tenemos problemas suficientes, como para sumar el asesinato del Consigliere de la Mafia Olimpia.

Las cejas de mi padre se elevaron, sentí su advertencia y el miedo se deslizó por mi cuerpo. Podría disparar aun cuando yo estuviera interrumpiendo su destino.

—Boris, es tu hija —hizo ver. El sonido de la silla, siendo arrastrada, me hizo descubrir que Arawn ni siquiera se había levantado—. Ya me iba —susurró, muy cerca de mí y su mano se posó sobre mi cadera. Luego se situó frente a mí, cubriendo mi cuerpo con el suyo.

—¡Largo! —espetó mi padre.

Entonces me di cuenta, solo había hecho el amago de sacar un arma, estaba indefenso, sus manos elevadas, expuestas a ambos lados de su cabeza, mostrando sus palmas al hombre que nos apuntaba.

Arawn asintió comenzando a alejarse de mí. Sus pasos eran lentos, cautos.

En ese instante me cuestioné por qué Arawn no estaba amenazando a su agresor, pero un segundo después lo agradecí, pues me habría quedado huérfana.

La puerta del apartamento se abrió y la última mirada que Arawn tuvo de nuestro hogar sé que fue a mis ojos. ¿Coincidencia? Da igual, no volvería a verle.



MiRAVEN

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