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Capítulo III: Ascensor

Era un verdadero Bellaco, un ser despreciable, cómo podía estarle mintiendo a cara. Habría dado lo que fuera por aceptar, quería ser ese buen hombre, su marido. Me había comportado como un imbécil y ella demostró ser toda una dama. Nunca me lo reprochó, se dio la vuelta y miró para otro lado. Eso me hizo sentir mucho más miserable. No me había perdonado, tampoco es que lo mereciera.

—¿Por qué lo harías? —preguntó nuevamente. Sus ojos desconfiaban, delataban mi imposibilidad para engañarla. Sonreí, adoraba su astucia. Solo por ese motivo continué la farsa. Era un maldito egoísta que se negaba a apartarse de su aroma a vainilla.

—¿Por qué no? —cuestioné, alargando el tiempo, no volvería tenerla cerca.

Fue hermosa cuando tenía dieciséis años, ahora, era una diosa. Su cabello rojo y rizado la hizo ver delicada, refinada, nada comparado con este nuevo aire exótico. Su piel blanca con pecas me recordaba a la ternura, oculta tras esta determinación y seguridad hasta el momento desconocida. ¿Por cuánto ha pasado? No quiero saber si la vida la ha castigado. Sus ojos azules casi pueden relatarme su historia. Son brillantes, puros, inteligentes y peligrosos. Me embruja, me hipnotiza. ¿Cómo pude mantenerme lejos? Debí buscarla, debí pedir su perdón de rodillas. Una mujer bajita, una dama intimidante.

—Desafiarás a Rebel —se burló.

El nombre de mi hermano me volvió a la realidad, al cobarde que esta mujer tenía delante. Sí, nuestra Mafia era fuerte y poderosa, pero no podíamos recuperar el terreno que una vez le perteneció a Boris. Su hija lo sabía, ella era más que consciente de ello.

—Podría —mentí como un canalla.

—¿Por qué? —demandó incrédula.

Quedaban pocos pisos hasta la planta baja. Debería saberlo, esta sería la única verdad que le podría dar, la única que deseaba que ella pudiera identificar.

—Por ti —aseguré, dejando caer mis barreras, gritando mis sentimientos en dos simples palabras. Regina, por favor, lee entre líneas. Estaba a milímetros de sus labios, podría besarla, quería besarla.

Cerró los ojos y curvó los labios en una sonrisa triste, puso la mano sobre mi pecho y me empujó, deseando salir de mi proximidad. Quise negarme, mas retrocedí. Salió de mi prisión y se recargó contra la otra pared del ascensor. Sus ojos fríos y su postura rígida me desconcertaron. La había ofendido.

—Ahora soy lo suficientemente hermosa como para tentarte —susurró pensativa. Fruncí el ceño, sin comprender su reacción—. Tiene sentido —comentó cuando las puertas se abrieron, pero no salió. La miré, esperando que dijera algo más, deseando que me sacara de mi oscuridad, que me revelara lo que a mis ojos se les escapaba.

—Siempre has sido... —comencé, cuando me interrumpió dándole al botón del penthouse, había renunciado al paseo. Las puertas volvieron a cerrarse y suspiró dejando caer la cabeza hacia atrás, pegándola a la pared.

—Una vez me engañaste, no volverá a pasar. Ya no soy una niña —masculló.

Sus palabras sonaron forzadas y deseé haber actuado de cualquier otra manera. Tenía razón, la conversación era un teatro, pero ni siquiera podía ofrecerle un futuro. Era un pusilánime que no podría enfrentarse a su hermano, le estaba prometiendo sueños de humo.




MiRAVEN

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